Hablar de la obsolescencia programada es hablar de la vida útil que una fábrica o empresa le da a un producto. Es ese período que sabe que se podrá utilizar, pero que a partir de allí se volverá un producto obsoleto o inútil.
La obsolescencia programada se creo con el fin de que el consumidor se vea “obligado” a que si quería seguir teniendo un producto similar a ese, tuviera que comprar otro. Piensa que un producto que no se desgaste es malo para una empresa pues no podrá vender otro de esas mismas características al mismo usuario.
Es una práctica comercial que consiste en diseñar y fabricar productos con una vida útil limitada, con el objetivo de que los consumidores los reemplacen con frecuencia y así aumentar las ventas.
Esta práctica puede ser aplicada tanto a productos electrónicos como a otros tipos de bienes de consumo, como electrodomésticos, vehículos y ropa. Los fabricantes pueden utilizar diversas técnicas para lograr este efecto, como el uso de materiales de baja calidad, la limitación de las opciones de reparación o la introducción de nuevas tecnologías que hacen que los productos antiguos sean obsoletos.
La obsolescencia programada ha sido objeto de debate y críticas por parte de los consumidores y los defensores del medio ambiente, ya que contribuye al desperdicio de recursos y al aumento de los residuos electrónicos. También se ha argumentado que esta práctica no es ética, ya que engaña a los consumidores al hacerles creer que necesitan reemplazar sus productos con más frecuencia de lo necesario.
Así, cuando se aplica la obsolescencia programada lo que se hace es garantizar una demanda y por lo tanto unos beneficios a la empresa.
Existen tres tipos de obsolescencia que se pueden distinguir fácilmente:
Está claro con todo esto que la obsolescencia programada llega a afectar de sobremanera a los consumidores, principalmente en lo que tiene que ver a la economía y a los hábitos psicológicos. Se entra en un bucle de usar, comprar y tirar constantemente y un deseo por “tener la última versión o la más moderna”.
Su desarrollo comenzó en la década de los 20. Fue Cártel Phoebus, un empresario que junto a los creadores de marcas como Phillips o General Electric decidieron aplicarla. Lo que hicieron fue reducir la vida útil en su momento de las bombillas.
De esa forma, veían cómo las ventas subían. Si teníamos la famosa bombilla de Edison con una vida útil de 2.500 horas, en 1925 la vida útil era de 1.000 horas.
No fue hasta el año 1954 en el que se empezó a llamarle obsolescencia programada por el discurso del diseñador industrial Brooks Stevens.
Es así entonces como nos enfrentamos hoy en día a un mundo empresarial en el que todos los productos están programados para que, tarde o temprano mueran y la obsolescencia programada se aplique logrando aumentar sus ventas.
La ética de la obsolescencia programada es un tema de debate. Muchos argumentan que la práctica de la obsolescencia programada es inmoral, ya que engaña a los consumidores al hacerles creer que necesitan reemplazar sus productos con más frecuencia de lo necesario, lo que aumenta el desperdicio de recursos y contribuye al problema global de los residuos.
Los defensores de la obsolescencia programada argumentan que es necesaria para mantener la economía en funcionamiento y que los consumidores siempre tienen la opción de elegir productos más duraderos y sostenibles.
Sin embargo, hay muchas razones para cuestionar la ética de la obsolescencia programada.
La ética de la obsolescencia programada es un tema complejo, pero es importante considerar el impacto a largo plazo de esta práctica en la economía, el medio ambiente y la sociedad en general.